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Nos quedamos el otro día cuando hablábamos de Sanciones extravagantes en el tipo de hechos que se contemplan en esas sanciones y, también, a quienes se les suele aplicar con mayor intensidad. En cuanto a lo primero, este tipo de sanciones suelen producirse por la combinación de hechos o costumbres sobre los que no hay un consenso y existe cierta polémica acerca de su permiso o prohibición en el seno de una sociedad pastoreada por diversas administraciones regulatorias sin jerarquía en su actuación. Ahí están el tabaco y el alcohol, por ejemplo. Tenemos al estado, comunidades, ayuntamientos; a todas las autoridades del país regulando, multando - y haciendo caja ¡ay la codicia! - y luchando afanosamente contra tan peligrosas sustancias.. que, a la postre, son legales y se recaudan impuestos con ellas. Es este contexto siempre hay quien quiere ponerse una medalla: ser el primero que sanciona o el que más ingeniosamente castiga y lograr una portada, ser noticia, hacer méritos. Easy winners, fáciles ganadores.
¿Detenemos a los gansters por fumar?. (Quino).
La otra cuestión es ¿a quién se le aplican con más intensidad estas sanciones nuevas que, con su ejemplo, van a salvar el mundo?. la respuesta es fácil y no alberga dudas: a los más débiles. Me remito a los ejemplos que puse el otro día: dos chicas que salen con el botellín a la calle y la señora que paseaba al caniche, (¡menuda fiera!), o, como la otra tarde, los dos coches patrulla en el parking de la parada de metro de Colonia Jardín que, casi en plan Harry el Sucio, cacheaban a dos jóvenes y una moza que se estaban tomando una botella de a litro de Mahou.
¿Se pintó antes, durante o después del botellón?
Me acuerdo ahora de una vieja película española en blanco y negro, de la que no recuerdo el título, en la que el inolvidable Manolo Morán - por si no caen, les recuerdo que era el dicharachero representante de la flamenca de Bienvenido Mr. Marshall de Berlanga - se apea en la antigua estación de Atocha después de un viaje matador y larguísimo en un tren correo de los de la época. Va el hombre, trabajosamente, arrastrando la maleta por el andén y, de repente, la locomotora le echa un sonoro bufido acompañado de una gran vaharada de vapor. Manolo Morán deja la maleta, se para y dirigiéndose a la máquina, le dice: "¡Esos humos.... en Despeñaperros!". Pues eso. Esos humos para sancionar, no a la señora con el caniche, sino a los dos maromos cachas con el rotweiler. O a cachear y a sancionar luego, ¡a ver si hay humos!, a los cuatrocientos del botellón de cada sábado por la noche en la Complutense, que además perjudica los avances médicos.
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