Sí, es verdad que la música mitiga la
tristeza. El 19 de febrero en el Auditorio, la actuación de Brad Mehldau y su
trío fue un paréntesis de calma y bienestar en un invierno frío y lleno de
dolor y desconcierto. Allí fuimos toda la familia a una actuación que resultó
memorable y, sobre todo, confortadora.
Al día siguiente Alex Vidal, en El País,
escribió la crónica del concierto con el título Infinitas posibilidades de la melodía, de la que no me resisto a reproducir el siguiente párrafo:
"El concierto giró alrededor de las
posibilidades casi infinitas de la melodía, de cómo trabajarla como un
verdadero artesano más allá de géneros pero con una innegable tendencia al
formato canción y una pasión explícita por la música pop. Trabajó Mehldau
durante la mayor parte del concierto en un espacio muy limitado del teclado,
convirtiendo el centro del mismo (y no sus notas más agudas o graves en los
extremos) en un lugar desde el que surgían de modo constante nuevas ideas,
creaciones a tiempo real, combinaciones de ritmo y melodía de una belleza
lírica y fantasmal."
El tiempo se detuvo en la interpretación
de And I Love Her de Los Beatles, mostrando la maestría y el atrevimiento de
Mehldau con canciones recientes del pop y del rock que, de esta forma, van enriqueciendo el
acervo de standards para el jazz, o lo que fuere que acaba tocando
Mehldau que parece usar los esquemas jazzísticos para ir más allá (o más acá)
con un camino propio. Y al final de la actuación nos dejó la energía de West Coast Blues de Wes Montgomery.
Y la noche fue un milagro de nuestra voluntad
y de la excelente música de Brad Mehldau. Inolvidable y siempre en mi corazón.
Ahora, ya bien entrada la primavera, hay
más luz; y de nuevo, bajo este hermoso cielo de Madrid, nos han sorprendido, como
cada año, los chaparrones de mediados de mayo, las primeras oleadas de intenso
calor y los nísperos, que este año han sido y están siendo magníficos. ¡Ay, si
hubiera nísperos todo el año!