martes, 16 de febrero de 2010

MI PRÍNCIPE VENDRÁ


Generalmente, el proceso de elaboración de las entradas de este blog está compuesto por una doble vía. Por un lado están la actualidad y las noticias sobre las que el buzo muestra su extrañeza, y, por otro, ir, tranquilamente, pensando en canciones sobre las que comentar e interesar. Finalmente, hay que juntarlo buscando una cierta relación de continuidad.

Hoy, creo que, finalmente, las dos vías se han mezclado más que de costumbre. Les cuento. Hubo una idea inicial: el aumento del suicidio en Japón, (en concreto la crónica del corresponsal de ABC en Japón: Sayonara, la vida no vale nada), que no me convencía mucho y la iba a desechar. Por otro lado, quería hablar de canciones de películas de Walt Disney, que hubieran tenido muchas versiones y, en concreto, versiones en clave de jazz. Ahí surgió la canción Some Day My Prince Will Come, (1), en español, Mi príncipe vendrá, del primer largometraje totalmente sonoro (diálogos y música) de Disney, Blancanieves y los siete enanitos. Y, por ahí, acabé volviendo a la idea inicial del suicidio.

A finales de los años cincuenta muchos músicos de jazz intentaron llegar a un público más amplio, y salir del ámbito marginal de clubs y garitos, para lo que empezaron a incluir en su repertorio canciones populares de gran éxito. ¿Y que mayor éxito que las canciones Disney?. Así Dave Brubeck, pianista que se hizo muy popular al difundir el jazz al público de raza blanca, editó en el año 1957 el disco Dave Digs Disney, en que aparece la primera versión jazz de Some Day My Prince Will Come. Después seguirían más versiones. Les sugiero dos (hay bastantes más y no sólo de jazz que pueden ver en Youtube). La primera es la del gran pianista que fue Bill Evans. Es una de sus interpretaciones clásicas de mayor éxito y, como siempre, parece que está tocando, (y así es como yo siento su música), solo y especialmente para ti. La segunda es de Miles Davis. El más listo de la clase.

Frank Churchill fue el compositor de esta gran canción (2). (Injustamente, la gran marca Disney oculta a los grandes artistas que hicieron sus películas: guionistas, directores, dibujantes, compositores…; todos desaparecen bajo la gran marca). Diversa documentación nos dice que Frank Churchill, de genio musical precoz que a los 15 años ya se ganaba la vida con la música, comenzó a trabajar en la factoría Disney en 1930. En 1933 compuso su primer gran éxito, (que también fue el primer gran hit musical de Disney): ¿Quién teme al lobo feroz? del corto de Los Tres Cerditos. Más adelante intervino como compositor de la mayor parte de las canciones y de la banda sonora de Blancanieves. A continuación, fue compositor de las bandas sonoras y de canciones de Dumbo y de Bambi. Fue objeto de cinco nominaciones al oscar por sus trabajos y lo llegó a ganar por la banda sonora de Dumbo. Fue nombrado a principio de 1942 supervisor musical de Disney.

Pues bien, resulta que en el verano de 1942 se suicidó, pegándose un tiro junto a su piano. Tenía sólo 41 años. Confieso que me resulta muy difícil, casi imposible, aceptar y, aún menos, comprender el hecho del suicidio. De cualquier suicidio. De hecho creo que sólo puede aceptarse como resultado de una individual “enajenación mental transitoria” que corte de raíz, en un instante desgraciado, la íntima relación que tenemos con el resto del género humano. (Eso en la cultura católica, viene a significar la comunión de los santos). Por ello, me resulta prácticamente incomprensible la explicación de la altísima tasa de suicidio de Japón, basada, al parecer en hechos culturales, sociales o religiosos diferenciales de la sociedad japonesa.

Volviendo a Frank Churchill: ¿qué clase de desgarro, de horror interior, de soledad y de desesperanza puede llevar a un hombre en sazón a quitarse la vida?. ¿A dónde podría haber llegado?. ¿Cómo pudo no llegarle el amor y el cariño de todos los que admiraban sus canciones, de todos a los que hacía feliz?. Y cómo, finalmente, decidió no seguir viviendo, provocando dolor y pérdida en todos los que le querían.

¿Por qué no aprendió de Dumbo?. Infeliz, con sus grandes orejas, hazmerreír de la mayor parte de sus compañeros y objeto de burlas de los niños, podría haber sido el candidato perfecto para suicida, pero logró por si mismo, con el cariño de su madre y con la ayuda de sus amigos, encontrar su trozo de felicidad en el mundo y de pasarle un poco de felicidad a los demás. Siempre hay una madre, un hijo, un amigo, una esposa, "un ratón Timothy" o una señora que reza, anónima, en una iglesia…., que van a sentir dolor si te vas. Y no se lo merecen.

Hay que aprender de Dumbo que, además, consiguió volar, ¡toma ya!, con las orejas. Arriba los corazones. Os dejo con Dumbo, de mayor, volando.

Notas
1. La primera versión de Some Day My Prince Will Come a la que se enlaza, está interpretada por Barbra Streissand.
2. En http://legends.disney.go.com/legends/detail?key=Frank+Churchill , página web dedicada a las Leyendas de Disney, podéis encontrar una nota biográfica de Frank Churchill.


1 comentario:

  1. La naturaleza es esencialmente asimétrica, tenemos ejemplos paradigmáticos como la flecha del tiempo, o la entropía creciente. Con respecto a la existencia, ocurre lo mismo, el nacimiento es involuntario, la muerte puede ser voluntaria.

    Los motivos por los cuales alguien decide adelantar ese momento inevitable de la muerte (el hecho es cierto, el momento incierto), exigirían un tratamiento casuístico, y probablemente resultarían tan incomprensibles como si preguntáramos a los individuos por que siguen existiendo (aunque aquí opera otra de las potencias que gobiernan el mundo, la inercia, esa oscura fuerza que hace que las cosas tiendan a seguir como están).

    También hay que considerar una sutileza, distinto es desear morir que no desear vivir. En ambos casos la muerte sería un medio para alcanzar un fin.
    En el primer caso se encuentran los que creen en un mundo trascendente (y naturalmente mejor) y ven en la muerte el camino mas corto para llegar a el. En nuestro entorno cultural este atajo no esta bien visto (aunque sea coherente) y de hecho se penaliza el suicidio, bien en el grado de tentativa (aunque no con la muerte obviamente) o de cooperación, o bien con sanciones testimoniales (prohibición de entierro en sagrado etc.), sin embargo en otros entornos culturales si lo es (así en Japón etc).
    El segundo caso tiene su tradición en nuestra cultura, como medio para escapar de una vida que resulta insoportable, debido al dolor, a la enfermedad, o para evitar la discrecionalidad del tirano (así entre los estoicos). Pero también se puede deber al hastío, a vislumbrar la falta de sentido de la existencia o considerarla absurda e innecesaria.

    En todo caso, el suicidio, como cualquier forma de comportamiento, es una expresión de la personalidad de cada cual, desde el que cortésmente trata de evitar problemas a otros (y deja una carta dirigida al juez eximiendo de responsabilidad a cualquier otra persona), hasta el que simplemente no dice nada, y ese silencio aunque no se pueda interpretar no deja de inquietar y sugiere diversos interrogantes: ¿por qué?, ¿se podría haber evitado?, en caso de haberse podido evitar ¿se debería?, ¿contiene algún mensaje?. Pero sobre todo nos deja perplejos y viene al caso tratarlo en este blog.

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