El observador perezoso, nuestro amigo JSB, sigue profundizando para nosotros en las fuentes de la perplejidad. Hoy se van a tratar dos nuevas fuentes más de perplejidad: el “dipolo” y el cambio de fase.
12.- El “dipolo”
Con este término se quiere expresar el hecho de que en la vida diaria las oportunidades constan de una parte deseable, pero que va unida a otra indeseable. Es como una barra imantada, que presenta un polo positivo y otro negativo, pero que si la partimos por la mitad no quedan separados ambos polos, sino que tenemos dos barras que a su vez presentan los dos polos opuestos y así sucesivamente.
La perplejidad se produce porque si nos fijamos solo en un aspecto y actuamos en consecuencia, se nos aparece el otro que no habíamos previsto.
Jugador de polo. Terracota Dinastía Tang (Siglo VII)
( De Wikipedia. Autor :Vassil)
Un bonito ejemplo es el de un cuento taoísta que dice que un granjero se encontró un caballo y la gente del pueblo dijo “que buena suerte”, pero después lo montó el hijo del granjero con tan mala fortuna que se rompió una pierna y la gente del pueblo dijo “que mala suerte”, pero mas tarde se inicio una guerra y el muchacho no fue reclutado debido a su incapacidad, y la gente del pueblo dijo “que buena suerte”, etc.
13.- Cambio de fase
Esta causa de perplejidad se produce cuando la variación de una magnitud, se traduce en una variación de clase. En el mundo físico tenemos ejemplos paradigmáticos, como la variación de la temperatura en el agua, donde llega un momento en que, por ejemplo, si se calienta de forma continua, cambia de fase, pasando de líquido a vapor.
Otro ejemplo sociológico es el cambio de individuos a masa, cuando se aumenta el tamaño del grupo. Los individuos realizan actos que ya no son individuales, sino propios de la masa. El caso es que un comportamiento que sería censurable realizado individualmente, es totalmente legítimo si se hace masivo.
En efecto, se observa que cuando se celebra una victoria deportiva (normalmente futbolística), la gente se puede subir a los árboles o a las estatuas, sin que produzca extrañeza alguna. Por tanto no debería causarnos perplejidad ver como cambios cuantitativos se traducen en cambios de cualidad que se rigen por normas completamente distintas.
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