Los dueños de
las compañías punteras de internet, ubicados todos ellos en Silicon Valley, piensan
de ellos mismos, y así lo expresan, que son moralmente excepcionales.
De izda. a dcha. Mark Pingus (Zynga), Mark Zuckelberg (Facebook)
y Sergey Brin (Google). (Ilustración de Jesse Lenz en Newsweek)
“No
somos una empresa convencional sino que
nuestro objetivo es hacer del mundo un lugar mejor”. Larry Page y Sergey Brin,
fundadores y propietarios de Google.
“No construimos servicios para hacer
dinero; hacemos dinero para construir mejores servicios. Creo que es una buena
forma de de construir algo. En estos días cada vez más gente quiere usar
servicios de compañías que creen en algo más que en maximizar beneficios”. Mark Zuckerberg,
fundador y propietario de Facebook.
O Mark Pincus, capitoste de Zynga –
empresa fabricante de juegos on line -
que dijo: “Los juegos os harán buenos. Queremos ayudar al mundo mientras
hacemos nuestro trabajo día a día”.
Sin embargo, sus prácticas desprovistas
de ética, en buena parte, no parece que los
alejen demasiado de los “robber barons” de principios de siglo XX, creadores e
impulsores de las grandes corporaciones ferroviarias, siderúrgicas,
petrolíferas.. etc. de USA, caricaturizados con chistera, vestidos de negro con puro y
bastón, y que han sido juzgados por la historia como grandes hombres de
negocios pero a la par como despiadados ladrones reconocidos: los Carnegie,
Vanderbilt, Rockefeller, Gould.. etc.
Los barones industriales clásicos
Rockefeller, Carnegie, Morgan...
Rob Cox nos lo describe muy bien en su
artículo “The Ruhtless overlords of Silicon Valley” en Newsweek, donde
pormenoriza sus actuaciones no tan altruistas ni santas en tres aspectos
fundamentales: la fabricación a base de subcontrataciones masivas a países en
que se dan unas penosas condiciones de explotación, casi de esclavitud, a los
trabajadores; la indiferencia y la transgresión a los copyright y los derechos
de autor, tanto en lo que se refiere a cuestiones de hardware y software, como, sobre
todo, a la utilización y difusión de contenidos intelectuales sin permiso de
sus autores y, por último, sus desprecio por la privacidad de los usuarios.
Interesante artículo que baja de sus peanas a estos santos modernos y adalides
del "todo vale" en la red. Cierto es que los barones ladrones de antaño, en su
vejez, sabedores de lo que habían pecado - y, acaso, arrepentidos de ello - terminaban encargando que le fabricaran bonitas historias hagiográficas y
donando – posiblemente no tanto por arrepentimiento como por motivos fiscales -
parte de sus fortunas a instituciones benéficas y académicas.
Estos de ahora no
se cortan un pelo. Los supongo sin abuela y, de entrada, se colocan en la peana
con aureolas de santidad, lo que les sirve a ellos mismos – y si la mayoría de la
gente se traga la historia, mejor – de coartada, mientras se lo están llevando
crudo con prácticas que, más bien, no son santas sino todo lo contrario.
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