Los versos de
Jorge Manrique, acerca de cómo se pasa la vida y cómo se viene la muerte
tan callando, posiblemente encierren la
mayor sabiduría sobre la condición humana puesta en frente de su destino. Nada
hay más cierto y presente en la vida que la muerte y, sin embargo ¡ cómo viene
siempre de silenciosa! ¡ cómo ni se espera ni se entiende!
Así, en estos últimos
días han muerto Tony Leblanc y Juan Carlos Calderón; y nada podemos hacer
frente al dolor y zozobra de su pérdida.
De Juan Carlos Calderón se ha recordado ampliamente, en estos días, su calidad como compositor, su versatilidad como
arreglista y director musical y su capacidad y dominio como productor, (ver www.juancarloscalderon.com). Todo
eso hizo y muy bien, desde una gran formación musical, del jazz a la música pop y desde España al
panorama internacional; con unos niveles de calidad, modernidad y sofisticación
extraordinarios. Este buzo quiere glosar, de su figura, sólo dos momentos.
En el primero tenemos a Juan Carlos Calderón cómo director musical de todos los discos de
Cecilia, arropando, con sus fabulosos arreglos y armonías, las composiciones e
interpretaciones de la formidable
cantante que irrumpió como una bocanada de aire fresco en la España de 1972 con
Dama, Dama y que nos dejó, en un terrible accidente de tráfico – N-525, cerca
de Benavente, en la antigua carretera a La Coruña, en agosto de 1976 – tan pronto.
Otro momento es uno de sus trabajos en Estados Unidos. En 1982 participó en
el disco Fandango, de Herb Alpert, componiendo más de la mitad de las
canciones. Ruta 101 o el tema Fandango, que da título al álbum, son canciones
magníficamente construidas para el estilo del trompetista californiano:
alegres, sofisticadas y fáciles a un tiempo; muestra de su gran altura como
compositor de música instrumental, sin desmerecer para nada frente a otros compositores y arreglistas americanos de la época.
De Tony Leblanc, nada diremos
hoy, salvo que si hubiera nacido en USA bien
pudiera haber llegado a ser un Cary Grant o si en Italia, un Vittorio Gassman.
Nada podemos hacer frente al dolor y zozobra de la pérdida de estos dos grandes
artistas. Solo recordar su vida y obra, y hallar – como acaban las coplas de
Manrique – consuelo en su memoria.
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