El 7 de mayo del presente, en el diario El País, una Carta al Director,
de título ¿Y la industria?, lamentaba las ciudades fantasmas en que se están
convirtiendo, (o están, en muchos casos, ya convertidos), los polígonos
industriales. Y, en concreto, ahondaba, ¡ay!, en la desolación de los polígonos
industriales de Rubí, para pasar a continuación, por extensión, a los de El
Vallés Occidental, Cataluña y España.
Naves industriales en L'Hospitalet de Llobregat
(Carles Rivas. El País)
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Me estremecí porque a uno, que ha pateado en el inicio de su vida profesional muchos
de esos polígonos industriales de Cataluña, le cuesta creer que en los mismos,
aún ahora mismo tras 10 años de crisis,
no subsista una buena parte de la gran industria que hubo en
Cataluña y que sí sean auténticas ciudades-fantasma
como indica el comunicante. Porque auténticas ciudades-fantasma sí son muchos
de los polígonos de la España central, muchos de los cuales, son una auténtica
ruina aún sin haber nacido.
Hasta ahí, con la sorpresa del pesimismo del relato, que, francamente, yo
creía que no había llegado a tanto el desmantelamiento industrial en Cataluña,
la carta sigue con una acusación directa de ello al último gobierno de la
Generalitat y al actual del Estado español. Y aquí es dónde disiento en parte. Es verdad que el apoyo de la industria por parte de la administración es francamente mejorable.
Pero también es cierto que ni en
Cataluña, ni en España, ni en los municipios nos gobiernan marcianos. Nos
gobiernan paisanos nuestros: españoles, catalanes (o de otras Comunidades
autónomas) y de los diferentes pueblos y ciudades. Y hacen opinión pública
periódicos, radios, televisiones, organizaciones, etc. Que también son de aquí.
Y hacen lo que creen que es lo correcto según el conjunto o mayoría de la
opinión pública actual. A saber: que toda industria es sospechosa, cuando no
directamente dañina y si a regañadientes
se acepta, que nadie la quiere en el jardín de su casa. Fábricas sí, pero en
casa del vecino no en la propia.
Ese estado de opinión, ese sentimiento se ha
recogido y transformado en decisiones políticas que, junto con la globalización, han llevado en toda Europa a que descenso del peso de la industria en el PIB haya sido constante y muy pronunciado en la 3 últimas décadas, de manera que en la actualidad, se mantenga muy por debajo del 20% del total, (en España fue el 14% en 2016 y en Europa, sólo Alemania está por encima: 23%)
La industria, que es a efectos de empleo, de valor añadido y de innovación un bombón: lo más presentable de la economía española, (Enlazo a Análisis de la industria en Epaña de Andrés Macario, en el que pueden entrar en datalles y obtener otros informes como “La industria, motor de crecimiento” de la CEOE), merece más cariño, apoyo y un cambio en su valoración pública. Nuestra sostenibilidad económica y la vuelta a la dignificación del empleo en el fturo, dependen de ello.
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