Debe ser cosa de la edad pero ahora los muertos me tocan más de
cerca. Antes, la mayoría de las
defunciones te llegaban – si me permiten la imagen matemática – como en segunda
derivada. Sin embargo, ahora - en este año - la sensación es de que todos te
llegan en primera derivada y algunos ya – demasiados – directamente.
Será
cosa de la edad. A los cincuenta y cinco años – casi la misma edad que ahora
tiene el buzo - César González Ruano escribía:
Van desapareciendo los mejores. Dios elige
bien. Y se va quedando uno solo como en una selva en la que no dan sombra los
árboles.
Me refresca la referencia
Ignacio Ruiz Quintano, que la utiliza en Salmonetes ya no nos quedan, en
recuerdo de Peter O’Toole, cuya reciente muerte le llega al buzo – en los
términos expresados antes – en primera derivada; al igual, por ejemplo, que la
reciente muerte del guitarrista Jim Hall y de tantos otros que nos han dejado
recientemente.
Y los que más duelen, los directos. Federico, amigo del alma
desde los 16 años, que nos dejó a
principios de septiembre tan de repente que, todavía, no nos acabamos de creer;
y, hace tres días, el tío Eduardo, cuyo
fallecimiento nos ha dejado desolados, a pesar de la edad y de la larga
enfermedad arrastrada.
El buzo se aferra a la idea (y a convencerse) de que el
dolor está ligado a la felicidad, (ver nota), y que, por ello, deberíamos tener en cuenta
que en cada momento de felicidad es posible que esté incluido un dolor futuro.
Y, a la inversa, en los momentos de dolor hay que recordar la felicidad que
tuvimos en el pasado, y que, precisamente, esa felicidad que tuvimos es la que
nos hace sentir el dolor.
La bondad y sabiduría que nos dejaron; su cariño y
su amistad. Estamos doloridos, pero no olvidamos las horas felices.
El valeroso
y esperanzador tono de Azurro, la canción de Paolo Conte interpretada por Adriano
Celentano, también me consuela.
Nota
Esta idea está en la línea de lo que reflexionó C. S. Lewis en su obra Una pena en observación y que ya fue comentada en el blog en mayo de 2011.
Nota
Esta idea está en la línea de lo que reflexionó C. S. Lewis en su obra Una pena en observación y que ya fue comentada en el blog en mayo de 2011.
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