El buzo se va unos días a
la playa con una sensación de que estamos en unos tiempos en los que, en la sociedad en
general y casi en cualquier apartado concreto en que nos fijemos, no existen
unas condiciones robustas de estabilidad. Steady-state se dice en inglés para
calificar el estado de un sistema en equilibrio en el que pequeños cambios
en las variables llevan al sistema de forma natural al estado inicial.
Así, ahora mismo, a nivel
internacional tenemos a la vez el conflicto eterno de Oriente Medio a razón, esta última semana, de casi cien muertos diarios; Libia está, literalmente,
ardiendo en plena guerra civil; los muertos del atentado al avión de la Malaysia
Airlines siguen yaciendo en los campos de Ucrania sin que se vea forma de que acabe
la pesadilla; el virus Ébola galopa extendiéndose como una tela de araña por África Occidental… ¿seguimos?
No hablaremos de temas a
nivel nacional, en que no sabemos con qué nueva causa judicial escandalosa nos
desayunaremos cada día siguiente; ni a dónde nos llevará la deriva secesionista
de una parte de España, ni nadie nos define el federalismo; seguimos con una
tasa de paro, en la que ya – después de 6 años de crisis - casi no queda gasolina
en los depósitos de las sufridas familias...
Y a nivel doméstico este
país ha vuelto a los tiempos de Dickens, en que uno de sus personajes definía la felicidad
como ganar 5 y gastar 4,95, frente a la desgracia, que era ganar 5 y gastar 5,05.
Vamos tan justitos que cualquier gasto extra o contratiempo o accidente, nos
puede llevar a caer de la cuerda al vacío como funambulistas torpes.
Basta que
te pongan una buena multa, (que comienzan, las de tráfico por ejemplo, en 100
euros, pero pueden llegar fácilmente – a poco – a 300 o más); con tener que
pagar una matrícula de universidad pública, (en Madrid más de 2. 000 euros - ver enlace - cuesta la primera matrícula de un primero de una carrera de ciencias, cuando hace
cuatro años costaba menos de la mitad y con el “inri” de saber que esto mismo sale en
otras comunidades autónomas por unos 800) u otras tasas (por ejemplo,
casi 300 euros por tramitar la expedición de un título de Master en una
universidad privada); o que se te estropee sin remedio un coche o un
electrodoméstico necesarios y no puedas reponerlos… Todo esto en un país con un
salario mínimo interprofesional de 645 euros que no es una ficción y en que muchos
sueldos reales – una buena parte del total – no son muy superiores.
Así que así estamos, encomendándonos a San Pancracio para que nuestros personales y pequeños estados estables no sean llevados por delante con cualquier mínimo desequilibrio, con cualquier pequeño cambio de viento que llegue sin
pensar y de repente.
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