Reconozco quedarme embobado mirando la variedad de pies y sandalias. Pero, pronto, levanto la vista y miro al techo del vagón, acordándome de la desaforada reacción de Seymour Glass, vestido de albornoz y con los pies en chanclas, al interpretar que otra pasajera, que mira hacia el suelo del ascensor, le está observando fijamente los pies.
—Si quiere
mirarme los pies, dígalo—dijo el joven—. Pero, maldita sea, no trate de hacerlo
con tanto disimulo.
—Déjeme
salir, por favor—dijo rápidamente la mujer a la ascensorista.
Cuando se abrieron las puertas, la mujer salió
sin mirar hacia atrás.
Está de vacaciones en Florida con su mujer, Muriel, y va camino de su habitación (la 507) en el hotel. Falta poco para su suicidio en el relato Un día perfecto para el pez plátano de J. D. Salinger.
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