En estos últimos días ha vuelto
el runrún de “otra tormenta perfecta” y bajadas espectaculares de las bolsas,
con titulares de que, motivado por la Reserva Federal de USA, se aproxima una
restricción del crédito. Lo cual, que visto desde aquí – España a 2013 – se nos
abren los ojos como platos y se nos empiezan a aparecer alrededor de la cabeza,
como en los tebeos, signos gordos de admiración, (¡!), interrogación, (¿?), y
bufidos, (brrrr), u otras expresiones, (Kaboom!, Slurp!), semejantes; porque: o nos están
tocando los cataplines o no nos afecta porque no se pueden restringir créditos
donde no los hay.
Ha tenido que salir al quite, como si fuera el sobresaliente de una charlotada, Draghi – ¡qué fantástica cara de catador de vinagres! - desde el Banco Central Europeo, y un baranda del banco homólogo chino para tranquilizarnos: “No pasa nada; sin novedad, Sra. baronesa…” ¡Veremos!
Mientras tanto, aquí estamos; a
ver cómo acaba de salir Montoro del jardín en el que se ha metido, o lo ha metido la
Agencia Tributaria, con el asunto del DNI nº 14 de la infanta y las transacciones
inexistentes, (qué luego nos hemos enterado de que a ese DNI se le atribuye
también una infracción de tráfico con un tractor). Como este país funciona
según el conocido y genuinamente español sistema de gestión conocido como
“barullo cortijero”, ha entrado en funcionamiento el primer corolario de este sistema
de gestión que consiste en proclamar con garbo y voz clara: “pío, pío que yo no
he sido”, que es lo que, estos días, está cantando Montoro primero y todos detrás. A ver que cuentan, en los próximos días,
los notarios y registradores – un respeto – de
España; que algo, supongo, tendrán que decir y contar.
Pero lo que encoge,
verdaderamente, el alma del buzo es la lectura del artículo Los jueces de lo mercantil y sus conferencias, que Guillermo Alcover Garau, catedrático de Derecho
Mercantil y abogado, publicó ayer en EL PAÍS. Ahí tenemos una panorámica de
juzgados con cargas de trabajo y retrasos excepcionales, en los que un buen
número de sus jueces titulares pasan una considerable parte de su tiempo
dictando conferencias y ponencias en insana mezcla con otros agentes, tales
como los administradores concursales, que, a su vez, son nombrados discrecionalmente por los jueces.
Lo que bien daría para un relato del tipo de los que aparecen en El hueco que deja el diablo. Y una muestra de que, aunque quizás inconscientemente, las élites extractivas, (ver Nota), que empobrecen las sociedades enfermas no residen sólo en las clases políticas, sino que florecen en los sitios más insospechados. Ya lo ha comentado Joaquín Estefanía en EL PAÍS, con respecto de las élites financieras y económicas. Y como ven, hay más casos y ámbitos tales como el judicial. Volveremos al tema.
Nota
Cesar Molinas escribió en septiembre del pasado 2012, el artículo Una teoría de la clase política española; interesante artículo explicatorio de la teoría de las élites extractivas de Acemoglu y Robinson en su reciente y ya célebre libro Por qué fracasan las naciones.
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