Entre la poesía que podríamos acabar considerando como “poesía de
(cierta) temática científica”, puede ocurrir que la presencia de motivos
científicos o tecnológicos no sea extensa sino más bien breve; apenas una frase
escogida inscrita, junto con otras más, en el sentido e intención del poema.
Sin embargo sucede, a veces, que esa pincelada – aportada desde la ciencia y la
tecnología – se constituye en referente y uno de los atractivos fundamentales
del poema.
Es lo que ocurre con Leo a Tomás de Aquino en el Smartphone de Juan
Antonio González Iglesias. Su sorprendente endecasílabo inicial es tan
impactante; tiene tanta fuerza la imagen de llegar a usar un smartphone para
leer a Tomás de Aquino en latín, que el poema queda marcado y hasta cuesta
trabajo alejar esa imagen para centrarse en la lectura del resto del poema.
LEO A TOMÁS DE AQUINO EN EL SMARTPHONE
Leo a Tomás de Aquino en el Smartphone,
en latín, el pasaje en que afirma
que el bien se expande por el mundo. Todo
alrededor podría desmentir
ese olvidado axioma tan hermoso.
Porque el mal igualmente se difunde.
Pero todo también alrededor
confirma el bien, su difusión incluso
física. Yo podría
dudar, pero no dudo, de esta fórmula
escrita en un idioma
pensado para el mármol, para el bronce,
para neta incisión cuadrada de oro
de una letra tras otra en la moneda,
para la delicada miniatura.
Y ahora para la página del móvil.
Sé que se concatenan los efectos
de los actos. También los de las cosas.
Todo se multiplica. Sea el poema
una más de las cosas, y su peso,
si hiciera falta desequilibrar
el mundo, para bien
desequilíbrelo. Difúndase. Una brisa
deliciosa recorre el parque en esta
tregua de agosto matinal, su soplo
desciende, hecho de líneas invisibles,
desde la sierra fría hasta la playa.
Juan Antonio González Iglesias
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