Hasta hace unos 35 años en que el
ordenador personal llegó a nuestras vidas, posiblemente el artefacto
tecnológico más popular en el siglo XX fue el automóvil, cuya aparición en la
poesía española se produce a finales de la década de 1920. Así, por ejemplo, varias
poetisas de la generación del 27 hacen aparecer a los automóviles en algunos de
sus poemas.
Ernestina de Champourcín en su juventud
De Ernestina de Champourcin son los dos poemas que hoy añadimos a poesía y ciencia. El primero, Volante, muestra la fascinación por la
modernidad del automóvil que es mecánica,
velocidad y olor a gasolina. En el segundo, titulado Accidente, se presenta el dolor de la
juventud deshecha y la muerte en la
cuneta de los primeros accidentes de tráfico.
Volante
He
soñado tus manos
precisas,
enguantadas
esquivando
a su antojo
las
embestidas del viento.
Al
impulso más leve
–
fuerza plena, medida –
giraba
cauteloso
el
aro de madera.
Nos
acecharon, torvos,
los
cuernos del espacio,
pero
tus palmas rígidas
guardaban
el secreto
de
toda resistencia.
¡Dame
tus dedos, acres
de
olor a gasolina.
Esos
dedos cerrados
que
precintan la oscura
mercancía
del vértigo.
¡Ellos
me harán correr
hasta
encontrar mi vida!
Accidente
Nuestras
manos acechan
una
rosa distante,
que
llega consumida,
persiguiendo
en el aire
sus
cien rumbos tronchados.
Vientos
de perdición
le
taladran las sienes.
¡Pobre
flor esquemática,
en
vano intentaremos
soldar
a un nuevo fallo
tu
juventud deshecha!
Nunca
más los caminos,
ni
el susto delicioso
de
la escondida curva
ni
el abrazo del polvo
incitante,
reseco.
Ya
todo será oscuro.
Viejos
hierros decrépitos
mancharán
de negrura
tu
vigor abdicado.
Llora
un claxon tu muerte,
sin
alma, en la cuneta.
De La voz del viento, 1932.
Ernestina de Champourcin.
(Vitoria,
1905 – Madrid, 1999)
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