En los años cincuenta, este
poblachón manchego que es Madrid era una pequeña ciudad llena de tertulias de
todo tipo y pelaje, de tertulianos a verlas venir y de personajes extravagantes.
En medio de esa fauna se movió Manuel
Fernández Sanz, (Madrid 1909 - Corellana, Asturias, 1966), conocido como Manolo o Manolito el pollero, extraordinario vividor, comilón y santo bebedor; notable personaje, en suma, que se movía en la noche y el día junto con
intelectuales y escritores: Antonio Mingote, Manuel Alcántara, Camilo J. Cela,
Gerardo Diego, etc. (Ver Nota).
Manuel Fernández Sanz: Manolo el pollero
El mote le venía porque su
familia tenía - desde hacía varias generaciones – una tienda de aves y huevos
en la que él apenas trabajó tres días en toda su vida; pero de la que se pulía
todas las ganancias en invitaciones a comilonas y borracherías a los amigos, de
forma que la familia acabó consiguiendo que un juez lo declarara pródigo y así
intentar parar la sangría económica y el derroche perpetuo. Es conocida su
frase – dicha entre escritores de
“Aquí
el único que vive de la pluma soy yo, que tengo una pollería”
No publicó nada en vida y
sólo después de su muerte sus amigos publicaron sus poesías reunidas en el libro “Silva, grillera y cigarral" , con prólogo de Camilo José Cela, que hoy es joya
bibliográfica inencontrable.
En él, se encuentra el poema Bodegón en que se describe, con
desgarradora gracia y feroz tremendismo, una taberna en la España de los
cincuenta; un país pobrete pero alegrete en el que aún no se habían
desarrollado ni se aplicaban muchas de las normativas y técnicas y tecnologías
de higiene alimentaria que, afortunadamente, hoy se aplican; y que han hecho
que ya, por lo general, no sea una peligrosa aventura comer cualquier cosa en
casi cualquier sitio.
Como quien esto escribe tiene debilidad por las tabernas añejas donde fritangas
diversas, tortillas, bravas – aliolis o mixtas, calamares y gambas gabardina y
otras fruslerías muestran todo su esplendor, sea éste cual sea, creo que viene
al pelo traer a La perplejidad del buzo este Bodegón de Manolito el pollero, el cual, además del propio y solo gusto lírico
que pueda proveer su mera lectura o escucha, puede servir como instrumento de
medida, comparación y valoración de los actuales baretos y tascas.
Bodegón
Portada tinta de almagre,
tufo a bazofia y vinagre: bodegón;
fondo bajo
de cocina
donde el ajo
predomina.
Saquemos a colación
los bodrios que de acicate
nos muestra su escaparate.
sobre los desaguisados,
un cabrito y un lechón
se orean ajusticiados.
hay restos en pepitoria,
del Gallo de la Pasión
que esté en Gloria;
secándose, en los peroles,
aguantan ollas y días,
el pisto, los caracoles,
los callos y las judías;
a pesar del salmorejo
y las zurras con tomillo,
no se le borra el gustillo
domiciliario al conejo;
la fritanga de livianos
toma tintes albazanos
la paella
cobra del tiempo que pasa
dejando pátina y huella
solideces de argamasa;
menguantes, las pescadillas
cumplen, espinoso, un mes
mordiéndose en la cazuela.
El tarro de las guindillas
brama turbio en portugués
y asusta a la clientela;
y entre moscas y mosquitos,
se descuajaringa un queso
y se diluye un melón…
Divergentemente escritos
con blanco de España espeso,
a modo de colofón,
dos renglones
advierten al comensal:
“Se sirven medias raciones,
desde un real”.
Nota
En internet puede obtenerse alguna información sobre Manolo el pollero. Aconsejaría la lectura de las páginas que Manuel Alcántara le dedica dentro de su obra Cantigas de amigo, que se encuentra en la página web de la Fundación dedicada al insigne periodista y escritor malagueño.