Creo que bastantes personas como yo – de cierta edad, formación y extracción social – sentimos una fascinación especial por la figura de Dionisio Ridruejo. De falangista de primera hora y Jefe Nacional de Propaganda del régimen franquista en la guerra civil a participante en la División Azul; le planta cara a Franco en 1942 con una carta de dimisión, que denuncia la situación de posguerra, en la en que renuncia a todas sus gavelas y privilegios; abandonando el Régimen y sufriendo, desde ese momento, ostracismo, vigilancias y destierros de por vida. Eso no lo hizo ningún jerifalte del Régimen Franquista más que él, que terminó sus días pergeñando políticas de unión y concordia entre los españoles.
Nos legó, también, una honrada obra literaria, sobre todo memorialista y poética, de entre la que Sonetos a la piedra destaca como una de las más notables y logradas.
Realizado desde unos años antes, incluidos los de la guerra civil, Sonetos a la piedra, editado en Madrid en 1943 es un poemario temático sobre la piedra. De sus 39 sonetos – que aumentaron a 43 en reedición realizada por el propio poeta en 1975 y publicada póstumamente en 1979 – la mayoría son composiciones sobre piedras de estatuas y de edificaciones: palacios, iglesias, etc. El resto están dedicados a la piedra como material de artefactos: ruedas de molino, relojes de sol, puentes… y a la piedra pura en la naturaleza: volcanes, cordilleras… De entre estos últimos hemos seleccionado el soneto en que describe las canteras - verdaderas minas a cielo abierto - que han transforman la fisonomía de nuestras montañas produciendo paisajes encastillados e impenetrables de abismos verticales.
A LA CANTERA
DERRUMBA,
vulnerada la montaña,
abismos
verticales en su seno
y
del perfume de la hierba ameno
su
intimidad desnuda sin entraña.
Impenetrable,
encastillada, ensaña
en
árido desdén duelo sereno
esta
firmeza helada, este alto y pleno
vigor
que de su ruina se acompaña.
Ni
la raíz, ni el agua, ni la hoguera
forjadora,
ni el hábito del viento;
nada
ha calado su constancia entera.
Sólo
el alma la explora - ¡oh, monumento;
oh
mansión; oh cariátide ligera! –
con
venas de amoroso pensamiento.
Dionisio
Ridruejo Jiménez. (Burgo de Osma, Soria, 1912 –
Madrid, 1975)
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