En una calurosa tarde de
viernes de finales de septiembre de 1999, dos hombres observaban a un grupo de
chicos – entre los que estaban sus hijos - que alegres y sudorosos se empujaban unos a
otros, se tiraban en colchonetas, hacían flexiones…, en fin, entrenaban. Todo
ello en el campo de deportes, más bien un espacio lateral, a lado del Instituto
Gerardo Diego cercano a la estación, con la carretera a un lado, a donde sin duda
se escaparía con frecuencia el balón; y al otro lado, detrás de la valla, el
arroyo de Pozuelo, con poca agua, pútrido y maloliente al cual, también con frecuencia se
caería el balón y vaya uno a saber cómo saldría de él. Además había algunos
coches aparcados entre medias que había que esquivar.
La seña de identidad: el Alfa del Olímpico Rugby Pozuelo
Enseguida Pepe, (padre de Walter), y yo, (padre de Rodrigo), entablamos conversación con otros padres, más desenvueltos que parecían entender y disfrutar bastante. En un momento dado, dije “Ya, esto es un entrenamiento; pero… ¿dónde está el campo dónde juegan?”. Me contestó con naturalidad “¡Ah, el campo!, sí, el campo está en la Universidad Autónoma”. En ese momento Pepe y yo nos miramos con la cara a cuadros como preguntándonos: “¿Dónde estamos metiendo a nuestros hijos?”.
De vuelta a casa, en el
coche, Rodrigo, emocionado, no paraba de contarme lo que era un placaje, la touche, la melé… Iba entusiasmado. “Estamos apañados, pensé”.
Así entró el rugby y el
Olímpico en nuestras vidas.
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Todo había empezado
algunas semanas antes, cuando Ángel de la Cuerda convenció a mi hijo Rodrigo y
a Walter, compañeros del colegio en el San Luis de los Franceses para que se
unieran al nuevo equipo de rugby que se estaba formando. Ángel era hijo de un antiguo jugador – “Burrul”
- del Olímpico en el que, por esas fechas, hubo un hueco de dos-tres años sin
alevines e infantiles y entonces, a toque de rebato, se comenzó a formar un
nuevo equipo.
Así que allí, de este
modo, llegaron “Chinche” y Jorge Bermejo, también hijos de antiguos
jugadores, a los que se unieron alumnos del Instituto en el que gracias al gran
Jorge Romero, su profesor de gimnasia y también ex jugador del Olímpico, se
tenía que jugar al rugby sí o sí.
Así fue quedando
configurada una banda inicial, que acabaría siendo un equipo que muy pocas
veces llegaba a completar los 15 reglamentarios, entre los que estaban, (perdón
si no los recuerdo a todos): Álvaro
Lozano “Lozi”, Hugo, Rodolfo “Chino”, Javier Ramos (más adelante “Búfalo”),
Juan Brualla, Usandizaga “Usan” y Lalo. Detrás (o delante)
de todo estaba el ideólogo y alma del nuevo equipo, que entrenó personalmente
más de un año, Jorge Romero.
Los primeros saques de lateral
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