Algunos comentaristas de procedencias e ideologías distintas parecen, por sus escritos y columnas, llegar a la conclusión de que, si se analizan las realidades de cómo nos está afectando la pandemia; como sociedad, "vamos mejorando a peor" ó, de otro modo dicho, “desprogresando” adecuadamente. De esta manera, Ignacio Camacho en su columna El Estado descompuesto (ABC, 28 de octubre), indica
<< Aquel ‘carajal autonómico’ del que habló Borrell en los años noventa ha alcanzado ante la crisis del coronavirus un grado de confusión extrema, aunque tampoco lo simplificó la teórica existencia de un mando único durante el confinamiento de primavera. >>
Por otra parte, Joaquín Estefanía en su columna La democracia no da la felicidad, en El País del día 23 de octubre, alerta de que España se ha ido quedando rezagada en la eficacia de las políticas públicas. Resalta que lo que falla no es la democracia sino no disponer de eficacia para resolver los conflictos o las controversias. Y así recuerda diversos estudios realizados por instituciones terceras de prestigio - y en especial cita las realizadas por el Banco Mundial y por Fundación Alternativas en su Informe sobre la Democracia en España (IDE) - en las que se han tenido en cuenta aspectos como: la calidad de los servicios públicos, y de los empleados y funcionarios, el grado de independencia con el que se resisten las presiones políticas, el proceso de formulación y ejecución de las políticas públicas, y la “calidad regulatoria”. La conclusión es (sic):
“No se trata sólo de un problema
de eficacia del Gobierno central; los gobiernos autonómicos, con pocas excepciones,
reciben en algunos de los observatorios citados …. peor que las regiones del
norte de Europa, incluso que Francia o Portugal, atemperada solo por la peor
evaluación de los casos italiano o griego. Es el Banco Mundial el que más
claramente observa que si hace más o menos dos décadas España estaba en el
grupo de Estados eficientes, comparable con países de parecido desarrollo
económico, se ha ido quedando atrás poco a poco.”
De manera que, aunque parecía ya olvidada, estamos volviendo a parecernos al viejo país ineficiente entre dos guerras civiles que dibujaba Jaime Gil de Biedma en su poema De vita beata.
Valdría la pena, llegados a este punto, reflexionar sobre el consejo que William Chislett, el antiguo corresponsal de The Times en España en el último capítulo titulado ¿Quo Vadis España? - de su libro recientemente publicado Microhistoria de España - contada por un británico - que glosó Julio Llamazares en su columna con idéntico título en El País de fecha 9 de octubre, cuyos párrafo final se incluye a continuación:
<< Chislett nos aconseja en su conclusión, como única salida al bucle en el que hemos entrado, mirar a otros países y compararnos con ellos para ver que no estamos tan mal como a veces creemos: "El país ha avanzado muchísimo, pero los retos que se le plantean requieren de compromise, una palabra inglesa que no tiene equivalente exacto en español que abarque totalmente la idea de llegar a acuerdos con concesiones (este es el elemento clave) entre todas las partes implicadas… ¡Qué importante sería —dice Chislett— que el compromise … entrara en el vocabulario político español!”. >>
Volver a llegar a acuerdos con concesiones.... ¿les suena?. Se practicó bastante en la transición del franquismo a la democracia; en el periodo constituyente... Ya saben; la hoy tan denostada transición.
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