jueves, 14 de junio de 2012

Con los brazos levantados


Poco después de salir de Egipto, el pueblo judío tuvo que librar su primera batalla contra los amalecitas. Hasta entonces, Dios había intervenido directamente decidiendo la salvación del pueblo judío: había enviado el maná y había hecho brotar el agua de la roca. Era la primera vez que tenían que luchar solos.

Josué mandaba el ejército y Moisés decidió instalarse sobre una colina cercana para que todos los soldados pudieran verlo y, así, mantuvieran el coraje. La batalla se prolongó todo el día y Moisés no podía mantener los brazos en alto, sucediendo que cuando los bajaba Israel sufría la ofensiva de los atacantes y cuando los levantaba, Israel volvía a atacar. Entonces Aaron y Jur, un sacerdote y un juez, le sostuvieron los brazos hasta la puesta de sol e Israel venció.


Moisés en la batalla contra los amalecitas. 1885.
 Obermann. (Xilografía).

Erri de Luca, que glosa este episodio en su libro La hora prima (Ver nota), concluye el relato así:

"En la colina de la batalla tomó forma un gran símbolo de lo que necesita un pueblo para sobrevivir: un profeta, un sacerdote y un juez, o sea, un hombre de gran autoridad moral, un dirigente religioso y un administrador de la justicia. A la sombra de esta terna un pueblo fortalece su propia fibra y aprende además a caminar solo en el mundo, a prescindir de las continuas intervenciones milagrosas de Dios. La victoria contra Amelec no es un prodigio divino. En cambio se ha forjado la unidad de un pueblo bajo la guía de sus órganos supremos y de allí ha brotado su derecho a existir entre los otros pueblos."



Al buzo, que es fantasioso, le ha dado por imaginar, en el trayecto de Metro en el que iba leyendo el libro, la situación actual de la crisis con el pueblo español luchando no se sabe muy bien contra quién, pero muy duramente – no en vano hay mas de cinco millones y medio de parados – y hacía cábalas, dado que la figura central de profeta le toca - no queda otra – a Rajoy que, además, tiene barba casi bíblica, sobre quienes serían ese sacerdote y ese juez que le podrían sostener los brazos, descartando, de todas todas, a Divar... por ejemplo... Y de ahí siguió imaginando qué dónde se pondría Rajoy con los brazos levantados, si en la Bolsa o en lo alto del Cerro de los Ángeles o a la puerta del Banco de España… 

Y le fueron pareciendo las diversas posibilidades primero cómicas y, después poco a poco, se le fue ensombreciendo el semblante, pensando en cómo se nos está llevando "a la tierra prometida" y en que, verdaderamente,  se echan en falta, en un momento tan difícil como el actual, símbolos que nos provean de grandeza moral para mantener el coraje.

Mientras tanto se le sigue yendo la olla a la gente a la que no se le debería ir. Lagarde, jefa del FMI, suelta que al euro le quedan tres meses y Almunia dice que uno de los tres bancos más peores – sin decir cual – va a ser liquidado por el Gobierno. A lo mejor – Almunia digo – está comenzando a aplicar lo de “Para lo que me queda en el convento…”, sentencia, sin duda, de elevada grandeza moral.

Nota

Editorial Sigueme. 1997.

La hora prima es un libro extravagante y extraordinario. Es extravagante por cuanto es un ensayo sobre textos bíblicos realizado por un "no especialista"; por un "no creyente" que aprende hebreo para poder leer y comprender en profundidad La Biblia. Es extraordinario tanto por la agudeza y limpidez de sus comentarios, como por la calidad de su escritura. Les enlazo a la reseña aparecida en EL PAÍS en julio de 2011.
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