martes, 5 de noviembre de 2013

Topónimos del castellano

En el fin de semana repaso la añeja Antología poética de Miguel de Unamuno,  de la colección Austral con prólogo de José María de Cossío. Está anotada y subrayada de antiguas lecturas anteriores a las mías; sobre todo en aquellos poemas más existenciales sobre el ansia de creer, la muerte, la transcendencia… ; sobre aquellos, en definitiva, más unamunianos.


Unamuno visto por Ramón Casas
Museo Nacional de Arte de Cataluña

Casi al final me encuentro con un bello poema sin título en que Unamuno se asombra de la belleza del idioma castellano a través de la sonoridad de sus topónimos.

Ávila, Málaga, Cáceres,
Játiva, Mérida, Córdoba,
Ciudad Rodrigo, Sepúlveda,
Úbeda, Arévalo, Frómista.
Zumárraga, Salamanca,
Turégano, Zaragoza,
Lérida, Zamarramala,
Arramendiaga, Zamora.

Sois nombres de cuerpo entero,
libres, propios, los de la nómina,
el tuétano intraducible
de nuestra lengua española.


Lo que me retrotrae a mi adolescencia, cuando con mi amigo Fernando, en Zamora, hablábamos frecuentemente de nuestros nombres favoritos de pueblos.  Sentíamos debilidad por los modestos y castizos Molacillos y Alija de los Melones, (este último, cambiado después por el más pomposo de Alija del Infantado). También nos gustaban aquellos de nombre con regusto antiguo, como Peñausende, o evocador, como Montamarta o Villardeciervos. Y tantos otros; Ayoó de Vidriales, Camarzana de Tera, Algodre

Y teníamos también campeones. Los de Fernando eran Castrocontrigo de la provincia de Leon y Calzada de Valdunciel en Salamanca. Los míos eran Faramontanos de Tábara y Doney de la Requejada, ambos de Zamora.

La curiosidad e internet me llevan al artículo, Una nota a Poesía y Estilo de Pablo Neruda de Amado Alonso,  del filólogo Francisco Ynduráin, en que se muestran más ejemplos de topónimos como objetos poéticos. Y ahí aparece ese pasaje de título Como era España, trozo aparte y separado de España en el corazón de Pablo Neruda, en que se interrumpe el discurso bélico principal de la obra, para pasara a citar los sonoros nombres de pueblos de España. 


Dice Ynduráin:

“La lista de nombres se agrupa, como se ve, en estrofas de cuatro versos, heptasílabos al principio, de fluctuante medida y ritmo, después, sin disciplina de rima siquiera. Los nombres, por parejas o por tríos, operan por su mero valor fonético y evocador”.

Y aparecen más ejemplos, por ejemplo,  de Azorín y de Antonio Machado. Mas adelante afirma:

“Cada país se supone que siente sus nombres propios con una especial resonancia que no será perceptible para el oído ni para la sensibilidad del extraño, pues apelan no sólo a la común conciencia lingüística, sino al conjunto del espíritu nacional en toda su complejidad”.

O, como resumen, los versos finales de Unamuno: Nombres de cuerpo entero,…, el tuétano intraducible de nuestra lengua española.

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