Hay un libro que
me ha fascinado en estas últimas semanas. Se trata de Mi España particular, escrito por Edgar Neville en 1957, (edición de la Ed. Taurus), reeditado en
2011 por la editorial Reina de Cordelia.
Es una guía
turística de España totalmente atípica y fascinante –“Guía arbitraria de los caminos turísticos y gastronómicos de España”,
reza su segundo título – en la que, además de monumentos, museos, iglesias,
catedrales o paisajes, etc. incluyó un tema que yo creo que fue muy novedoso en
su época: unir la gastronomía al turismo. En la actualidad ninguna guía se
puede considerar como tal si no contempla, de alguna manera, temas
gastronómicos y Neville lo hizo en
1957.
Edgard Neville fue un bon vivant, de una familia
aristocrática de mucho dinero, (era conde de Berlanga de Duero). Fue abogado y
diplomático; después acabó en Hollywood trabajando en el cine – con Charles Chaplin, entre otros y acabó
siendo un gran autor de teatro y, yo
diría, que un estajanovista director cinematográfico con una filmografía
extraordinariamente extensa con películas muy relevantes como La torre de los siete jorobados, Domingo de
carnaval, La vida en un hilo o El
baile, entre otras.
Neville con Charles Chaplin en el rodaje de candilejas
Esta guía tiene
cosas que la hacen especial y única. La primera, por ejemplo, es el
planteamiento inicial y provocador que hace, (sorprendente en esta época actual
de corrección política), manifestando que para hacer turismo, tal y como se
explica en la guía, hay que tener dinero. Tiene Vd. que tener dinero: si no
tiene dinero ya puede quedarse en casa ahorrando. Bastante definitorio de lo
que era ese espíritu provocador y risueño que lo caracterizaba junto - con sus
compañeros de aquella “otra generación del 27”, la de los humoristas: Mihura,
Tono, Jardiel, Herreros, etc. que definida por el dramaturgo José López Rubio,
en su discurso de entrada en la RAE).
Por otro lado,
no hay nada que defina mejor al personaje que las fotografías que aparecen en
la segunda portada y contraportada, del año 1955 y en Londres, en que aparece
apoyado en un flamante cochazo Jaguar y se le ve con cara de felicidad.
Después, sus
juicios y descripciones gastronómicas son brillantísimas y con un gran sentido
del humor. Como cuando habla de la cocochas:
“Las cocochas
son una parte del organismo de que las merluzas llevan en el cuello;
probablemente le servirán para algo, pero al cocinero vasco le sirven para
preparar unas cazuelitas, con salsa espesa y perejil, verdaderamente
exquisitas.”
O de las
angulas:
“Sobre la vida
de la angula y sus amores se ha escrito mucho: Sobre sus peregrinaciones por el
Atlántico y por el Mediterráneo, sobre su costumbre de venir, a dejar que las
cojas por lo visto, a los ríos españoles. Pero a nosotros no nos interesa la
vida de la angula, sino su muerte, y por eso, cuando se nos presentan humeantes,
ante su defunción nos quitamos el sombrero y gritamos ¡Bravo!”
Y así podríamos seguir
con muchos ejemplos de los que solo mencionaremos su obsesión – lo menciona más
de una vez en el libro – de que la paella sólo se pude comer buena en Valencia;
porque resulta que Valencia tiene un agua malísima que es lo que le va bien a
la paella y, por eso, cuando se hace con agua más limpia, clara y pura sale
fatal. Por eso, hay que ir a Valencia a tomarla.
Más detalles;
sus juicios – de 1957 – sobre los vinos españoles es profética. Su opinión era
que en España había muy buenos vinos pero que le faltaba una mejor elaboración,
cuestión en la que se ha ido, afortunadamente, perseverando y mejorando hasta hoy.
Es una guía muy
divertida y el primer capítulo, que refiere su particular guía desde la entrada
de Francia por el País Vasco hasta Madrid, es especialmente fascinante y entretenidísima.
Y el resto de capítulos –con algún altibajo – siguen el mismo tenor.
Por otro lado,
al hilo de su paso por diferentes lugares, hace reflexiones muy interesantes
sobre el carácter de los españoles. Por ejemplo, su opinión de que los
españoles nos caracterizamos por la continua falta de acuerdo entre nosotros es
taxativa: cada español tiene su opinión…y ¡punto! O su descripción del carácter
melancólico y contemplativo de los castellanos, que es tremendamente sugerente.
“(….) pero para
vivir en Castilla no hace falta ser rico y por eso los castellanos no se dan
cuenta que son pobres. Miran la infinito y están en comunicación con las estrellas
(….) Rodar por Castilla es haberse salido ya del mundo, porque Castilla no se
parece a nada, ni siquiera al desierto, porque el desierto es una zona
deshabitada y Castilla está llena de presencias más o menos visibles (…) Si a
cualquiera de ellos le dais una fortuna, su vida no ha de variar (…) ¡Para qué
vamos a dejar de mirar al horizonte como esperando lo sobre natura, que es elo
que verdaderamente hay que hacer en Castilla!”
Otra cuestión
importante es la honestidad de su guía, sosteniendo que, a lo mejor, puede
fallar en algún detalle de fechas o de historias pero que no va hablar de nada
que no haya visto y pateado; por lo que es una especie de “guiamichelín” en que
sólo se habla de restaurantes, bares, merenderos y hoteles en los que ha estado
personalmente.
Y así se va pasando
el libro que tiene cierta irregularidad. Pero en todos los capítulos hay algún
detalle de originalidad, o de buen gusto; alguna salida de pata de banco o
alguna cosa que te hace reír o alguna genialidad.
Es, en definitiva,
una obra - no menor - de un gran escritor, de una figura cultural inmensa que
está esperando que crítica y público lo sitúen donde le corresponde en la
historia de la cultura española del siglo XX y que no puede ser más que en los lugares
más altos.