miércoles, 29 de mayo de 2019

Ciclismo olímpico. Juan Antonio González Iglesias.

En la poesía actual cabe perfectamente que el aliento clásico, el tono elegíaco y ritmos y formulas sintácticas tradicionales se proyecten en ámbitos de temas e imágenes plenamente modernas. Temas como el mundo del deporte o como el de la ciencia. O ambos a la vez. 




Como ocurre con el poema Ciclismo olímpico del poeta salmantino Juan Antonio González Iglesias, en que nos hallamos ante una poesía honda, clara y cincelada; una poesía nutrida de tradición y cultura.


CICLISMO OLÍMPICO

para mi padre
por sus victorias en ciclismo

El ciclismo en pista sucede exactamente en un lugar del cosmos.
La larga ondulación de madera pulida
forma un hermoso anillo de Saturno
elástico hasta límites cercanos a la elipse.
Quiere ser una cinta de Moebius.
Nociones tan sublimes como el Dios medieval
que pasara su mano por esta superficie
modelando su cuenco, resultan anacrónicas.
Un programa informático ha engendrado estas curvas
y el hormigón armado es dúctil como arcilla.
Los corredores portan cascos hiperlineales
más que los de los nautas de los astros.
Convertirán su testa en una flecha.
El estatismo inicial los vuelve vulnerables.
Son animales frágiles a punto de extinguirse.
Necesitan la ayuda de biólogos
que primero los sujetan y luego los empujan
para que vuelvan a su elemento natural:
no la tierra ni el aire,
sino el quinto elemento, el que Aristóteles
denominaba éter.
Los trajes y las botas ya no son de este mundo.
Las bicicletas no son bicicletas.
Tiene la lentitud y la velocidad
de los seres celestes.
Todo es tan silencioso que el encuentro continuo
entre el parqué y las ruedas se produce
casi con la intimidad propia del erotismo.
El público está lleno de pequeños geómetras
que sin embargo rugen, saben que cualquier cosa
nos puede suceder cuando nos dividimos
hasta las diezmilésimas.
En estas condiciones cada pedalada
anticipa victoria. Muchos son los caminos
que conducen al éxtasis de los místicos laicos.
Bajo el óvalo cósmico giran vertiginosas
la palabra milésima, la palabra velódromo.
¿Cuánto tiempo podremos ser perpendiculares?
Alguien es responsable de todo este equilibrio
de que las delicadas bicicletas orbiten 
como satélites de un elegante sistema.
¿Qué podremos decir de la fuerza centrífuga
si ya la conocemos por nuestros corazones?
No hay principio ni fin. Una campana suena.
Y éste es ya el momento
de celebrar únicamente
la atracción primordial entre las cosas,
lo mismo que si fuéramos
otra vez presocráticos
o al menos anteriores a Newton
para poder decir lo que Leonardo
da Vinci, que en el Códice
que se conserva en la Biblioteca
Nacional de Madrid
llama a la fuerza de la gravedad
"ese inmenso deseo de volver".

(De Olímpicas. El Gaviero Ediciones. 2005)

Juan Antonio González Iglesias. (Salamanca, 1964).




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