Como ocurre con el poema Ciclismo olímpico del poeta salmantino Juan Antonio González Iglesias, en que
nos hallamos ante una poesía honda, clara y cincelada; una poesía nutrida de
tradición y cultura.
CICLISMO
OLÍMPICO
para mi padre
por sus victorias en ciclismo
El ciclismo en pista sucede exactamente
en un lugar del cosmos.
La larga ondulación de madera pulida
forma un hermoso anillo de Saturno
elástico hasta límites cercanos a la
elipse.
Quiere ser una cinta de Moebius.
Nociones tan sublimes como el Dios
medieval
que pasara su mano por esta superficie
modelando su cuenco, resultan
anacrónicas.
Un programa informático ha engendrado
estas curvas
y el hormigón armado es dúctil como
arcilla.
Los corredores portan cascos
hiperlineales
más que los de los nautas de los astros.
Convertirán su testa en una flecha.
El estatismo inicial los vuelve
vulnerables.
Son animales frágiles a punto de
extinguirse.
Necesitan la ayuda de biólogos
que primero los sujetan y luego los
empujan
para que vuelvan a su elemento natural:
no la tierra ni el aire,
sino el quinto elemento, el que Aristóteles
denominaba éter.
Los trajes y las botas ya no son de este
mundo.
Las bicicletas no son bicicletas.
Tiene la lentitud y la velocidad
de los seres celestes.
Todo es tan silencioso que el encuentro
continuo
entre el parqué y las ruedas se produce
casi con la intimidad propia del
erotismo.
El público está lleno de pequeños
geómetras
que sin embargo rugen, saben que
cualquier cosa
nos puede suceder cuando nos dividimos
hasta las diezmilésimas.
En estas condiciones cada pedalada
anticipa victoria. Muchos son los
caminos
que conducen al éxtasis de los místicos
laicos.
Bajo el óvalo cósmico giran vertiginosas
la palabra milésima, la palabra velódromo.
¿Cuánto tiempo podremos ser
perpendiculares?
Alguien es responsable de todo este
equilibrio
de que las delicadas bicicletas
orbiten
como satélites de un elegante sistema.
¿Qué podremos decir de la fuerza
centrífuga
si ya la conocemos por nuestros
corazones?
No hay principio ni fin. Una campana
suena.
Y éste es ya el momento
de celebrar únicamente
la atracción primordial entre las cosas,
lo mismo que si fuéramos
otra vez presocráticos
o al menos anteriores a Newton
para poder decir lo que Leonardo
da Vinci, que en el Códice
que se conserva en la Biblioteca
Nacional de Madrid
llama a la fuerza de la gravedad
"ese
inmenso deseo de volver".
(De Olímpicas. El Gaviero Ediciones. 2005)
Juan
Antonio González Iglesias.
(Salamanca, 1964).